Sigo intentando ponerme al día con todos los proyectos
atrasados. Por suerte, este relato lo terminé de revisar a principios de
Diciembre, y si alguno me sigue en Wattpad ya habrá tenido la suerte de verlo
por allí. El reto correspondiente consistía en rescatar un relato antiguo y
corregirlo, adaptándolo a mi estilo actual. He de decir que ha sido un trabajo
complicado enfrentarse a mis viejos manuscritos, pues después de tanto tiempo
se hacen mucho más patentes las carencias de estilo que tenía por aquél
entonces.
Finalmente me decidí por esta historia, muy diferente en su versión
original, que sentía que no había explotado por completo. Aun así creo que este
relato, más breve que el anterior, es una vaga declaración de intenciones de lo
mucho que tengo que mejorar. También hago hincapié en que en el momento en el
que reescribí esta historia ya estaba metida hasta las cejas en el proyecto que
me ha mantenido ocupada estos meses, por lo que quizás no le haya prestado la
atención que merecía.
Dicen que es importante escribir para uno mismo, que hay
muchas cosas de las que creamos que nunca verán la luz, y pienso que este
relato debería haber sido una de ellas. Sin embargo, me ayuda mucho conocer la
opinión de otras personas, de que me expliquen lo que ven en mis historias
desde su perspectiva imparcial, de modo que aquí queda mi historia para
Diciembre.
De nuevo doy las gracias a
todas las personas que se toman la molestia de sacar un pedacito de tiempo para
mí y mis desvaríos; espero vuestras opiniones y comentarios, como siempre a
través del blog o mis redes sociales (y si es con un café, mejor que mejor).
LA IRA DE LA DIOSA
Alzados hacia la inmensidad de la
luna llena, sus grandes ojos oscuros perfilados de Kohl refulgían con un brillo
místico, ligeramente empañados por el dolor, o tal vez por la soledad. Jamás, en
toda su breve existencia, había soñado conocer un lugar como aquél. Ni un solo
rastro de civilización, ni tan siquiera casas de pastores o puestos de caza
corrompían el aroma puro que se respiraba en el tupido bosque. La noche se
arremolinaba a su alrededor. Las sombras arrancadas por la luna acariciaban con
dedos sigilosos el vestido gastado que le habían donado en la parroquia. Dhara
había viajado mucho, pero nunca había conocido un lugar tan salvaje.
Se preguntó cuántos hombres
habrían tenido la oportunidad de pisar aquel lugar, mientras seguía torpemente
a la joven que la guiaba, ambas descalzas sobre la hierba húmeda y el musgo,
abriéndose camino entre ramas, arbustos. Alcanzaba a ver la cabellera dorada de
la muchacha, que se giró para dedicarle una sonrisa cálida llena de
complicidad.
- No tengas miedo, Dhara. Lo
estás haciendo muy bien.- Su voz dulce rompió el silencio nocturno de un modo
casi sacrílego. Dhara le devolvió a su vez la sonrisa. Sus dientes perlados
contrastaron con el tono canela de su piel.
Eran tan diferentes. La dulce
flor pálida, hija de un rico comerciante, con los ojos del color del bosque
profundo y los cabellos trigueños, envuelta en un vestido de seda que susurraba
a cada paso. La eterna esclava errante, hija de nadie, con sus pupilas llenas
de misterio y muerte, con el pelo negro y crespo trenzado hasta la cintura, con
sus ropas remendadas, raídas por el trabajo. El cómo la joven había llegado a
fijarse en ella, Dhara nunca podría habérselo explicado. Eran muchos los que
habían acudido a la joven, atraídos por el misticismo de su piel oscura o su
acento suave. En los salones de las altas esferas se habían puesto de moda las
reuniones para hablar de ciencias ocultas y mesmerismo. Se invitaba a mujeres
exóticas que hablaban con espíritus o sabían leer el destino en las cartas. Por
eso, cuando la chica había aparecido en la puerta de la casa semiderruida que
en aquellos momentos Dhara habitaba, no se había sorprendido lo más mínimo. Era
como si el destino se hubiese tejido en la dirección correcta para que la
encontrara.
Apenas llevaba un par de años en
aquella ciudad, pero era el tiempo suficiente como para que su nombre se
conociese entre las gentes más pobres y desesperadas. La bruja, la hechicera
extranjera, con sus remedios de hierbas que curaban hasta la Peste, que se
deshacía de los niños que no estaban destinados al amor. Que era capaz de
maldecir a un hombre hasta que la enfermedad se lo llevaba poco a poco y le
llegaba la muerte. Era un negocio fructífero, como todos los que se aprovechan
del dolor ajeno, que le permitía seguir avanzando, aprendiendo, prosperando en
su miserable existencia. Y entonces había llegado ella.
Avanzaron durante más de una hora
a través de la espesura, hasta que la luz de la hoguera salió a su encuentro,
bañando con su calor reconfortante el rostro de las dos mujeres. El fuego se
alzaba hacia la noche devorando con su crepitar gruesas ramas de madera seca. A
su alrededor un círculo de mujeres se congregaba. Dhara rió para sus adentros
cuando advirtió que vestían ridículas máscaras profusamente decoradas, a juego
con sus coloridos vestidos brocados, en un intento inútil por mantener un
anonimato que no era necesario. Podía adivinar sus rostros, más o menos
conocidos. De algunas sabía el nombre. Le divertía el absurdo secretismo, la
falsa ceremonia. Se preguntó si el placer que sentían aquellas mujeres por
acudir al círculo iría más allá del mero hecho de un acto prohibido.
- Escuchad, hermanas.-comenzó
entonces la que había sido su guía.- Porque he encontrado a la última compañera
que requerimos en nuestra travesía.
Se volvieron hacia ella,
estudiándola unos segundos sin demasiado interés. Dhara escuchó el latido
acelerado de su corazón, que poco a poco fue volviendo a su ritmo habitual
cuando las otras, saciada ya su curiosidad, apartaron las miradas.
Su compañera la cogió de la mano,
invitándola a sentarse a su lado en torno al fuego. Sacó de entre los pliegues
de su vestido dos máscaras como las que llevaba el resto y le tendió una. Dhara
vaciló levemente antes de ponérsela. No quería que nada le impidiese la visión,
pero no se le ocurrió un argumento sólido para rechazarla.
- Dhara…- la joven se había
dirigido a ella con dulzura, pero también con firmeza,- Sé que puedes estar
asustada. La primera vez es para todas la más difícil, pero te encuentras ente
amigas. Serás una de nosotras y nosotras seremos una contigo. En el Círculo no
hay lugar para el miedo. Eres una mujer excepcional, como todas las que nos
hallamos aquí esta noche. Solo deseamos tu amor, porque al igual que tú solo
deseamos ser amadas.
Allí estaba, sutil, la presencia.
No era la esencia oscura que tantas veces la visitaba. Era algo antiguo,
profundo. Dhara sentía como lentamente iba despertando, en algún rincón remoto
del bosque. Cómo palpitaba su corazón, lóbrego, y su hambre. Un hambre densa,
que atravesó el alma de Dhara como una flecha veloz que se clavaba en sus
entrañas. Tuvo que respirar hondo para volver a su cuerpo, para volver a ser
ella. Alguien le tendió un cuenco con lo que parecía vino especiado, caliente.
Ella fingió que bebía. No era la primera vez que Dhara se enfrentaba a un culto
como aquel, y no podía permitirse el lujo de abandonar su conciencia al abrazo
de los alucinógenos.
- Nunca podré agradecerte lo
suficiente que me hayas traído hasta aquí, Beth.
Acarició discretamente el
contorno de la daga que llevaba atada a su pierna para tranquilizarse. El
contacto con el filo siempre conseguía calmarla. La hoja sencilla, de plata
pura, había recorrido generaciones antes de acabar en sus manos. No había
ornamentos en su empuñadura, ni filigranas. Su sencillez era parte de su magia.
Continuaron conversando entre
susurros hasta que, finalmente, la media noche se cernió sobre ellas. El fuego
pareció morir por un instante, para alzarse luego con mucha más intensidad. El
calor era casi asfixiante. Entonces una de las mujeres, la más mayor de ellas,
se puso en pie, instando a sus espectadoras a que se cogieran de las manos. No
había ninguna tan fría como las de Dhara.
- Te invocamos a ti, Príncipe de
la Noche Brillante.- su voz resonó con un eco arcano, fruto de la bebida que
habían estado consumiendo y del poder que le otorgaba su propia fe. Dhara sabía
muy bien el poder que podía tener la fe.- Óyenos, Señor de Este Lado y el Otro,
Manto de Sangre, Amo de la Oscuridad. Tus hijas te lloran y claman Tu nombre
desde su tormento. Tú que guiaste a los pueblos que nos precedieron por la
senda del triunfo, acude a nuestra llamada. Llena con Tu luz nuestros ojos. Ven
a nosotras, Príncipe nuestro.
Dhara sentía como su cuerpo
temblaba, pues aunque sabía que todo aquello era una mentira, no podía dejar de
intuir cómo aquella presencia, ese hambre antigua, se acercaba. Estaba tan
próximo a ella que no le habría sorprendido sentir su aliento en la nuca.
Volutas de humo tomaron forma en
el centro del círculo. Las mujeres se soltaron las manos sobresaltadas,
mientras la niebla iba tomando forma: una silueta masculina, con la piel pálida
como mármol pulido. Era, sin lugar a dudas, el íncubo más perfecto que Dhara
había tenido la oportunidad de contemplar, y su corazón quiso suicidarse en un
vuelvo peligroso cuando sus ojos del color del océano, helados, se posaron
sobre ella. Su aspecto era tan indómito como la foresta que los rodeaba, con
una larga cabellera pálida como hilo de plata, que le llegaba hasta la cintura.
Tenía el rostro lampiño, las facciones angulosas, perfectas. Era como si un
artista lo hubiera cincelado en piedra.
- Nos ha escuchado nuestro
Señor.-murmuró la mujer que dirigía la ceremonia, y el grupo se deshizo en
exclamaciones llenas de dicha. Las mujeres se inclinaban sobre sí mismas,
tocando el suelo con la frente. Dhara no. No podía apartar la mirada del
Príncipe de la Noche Brillante, a pesar de que percibía cómo invadía su mente,
volviendo del revés su alma, buscando una respuesta a la pregunta que no había
formulado aún. Por un instante, la joven hechicera temió que no hubiera secreto
que pudiese enterrar con la suficiente profundidad como para que él no lo
encontrara.
- No es de los nuestros.-pronunció
él entonces. En su voz preternatural podía apreciarse el peso de los siglos,
pero no había desprecio en sus palabras sino más bien un deje de curiosidad.-
No tiene sangre de los Antepasados.
-Pero es poderosa, señor.- Beth
había dado un paso al frente, con el rostro inclinado. Dhara aprovechó aquel
momento para deshacerse de su influjo.- Mi señor, esta mujer ha probado sus
capacidades como cualquiera de nosotras. Es una hechicera.
A Dhara casi se le escapó una
sonrisa. El cuidado especial con el que había pronunciado la palabra
“hechicera” no hacía sino poner de manifiesto la farsa que eran todas ellas.
¿Cuánto tiempo llevaría aquella criatura allí, alimentándose de la
desesperación de sus débiles corazones?
- Muy bien, mi dulce Beth. Seguiremos
tus consejos esta noche.- Acarició con ternura la cabeza de la muchacha que
había hablado en favor de Dhara, que volvió de nuevo a ocupar su puesto. El
Príncipe hizo un leve gesto, y para cuando quiso darse cuenta la habían
arrastrado al centro del círculo, hasta quedar arrodillada ante los pies
descalzos de la monstruosamente hermosa
criatura. Mantuvo allí posados sus ojos oscuros, luchando contra el miedo que
ansiaba adueñarse de su alma. No iba a conseguirlo, no desde ahí. Eran
demasiados; aunque tuviera fuerzas para completar su misión probablemente
después no la dejarían abandonar el claro con vida. Él estaba demasiado cerca y
claramente tenía ventaja.
“Pero tienes MI poder” susurró la voz oscura, la voz amada, en el
fondo de su mente. Dhara sintió los brazos invisibles que la rodeaban para
confortarla. Alzó el rostro, desafiante, y el demonio se arrodilló frente a
ella. Podía oler la tierra húmeda en su piel.
-¿Es eso lo que quieres,
criatura? ¿Ser una de nosotros?- La obligó a mirarlo a los ojos y oleadas de
calor recorrieron cada lugar oculto de su cuerpo. Sentía el amor que manaba de
ella, pero sabía que era un amor falso, una ilusión creada a partir de su
soledad. Aunque hacía tiempo que Dhara nunca estaba sola.- ¿Prometes servirme,
amarme, protegerme, adorarme? Tu vida será mía, pequeña, y yo seré tuyo hasta
que no quede una gota de vida en tu cuerpo consumido por el tiempo.
Ella no supo responder. No pudo
más que ahogar un grito de sorpresa cuando el Príncipe de la Noche Brillante se
arañó con violencia su propio cuello, desgarrando la piel perfecta, haciendo
manar la sangre brillante que dibujó hilos carmesí sobre su pálido pecho.
- Esto, querida niña, es el
principio y el fin. Todo por lo que has de vivir. Todo por lo que has de morir.
Todo por lo que me pertenecerás.- Sus dedos largos acariciaron el contorno de
su mandíbula, asiendo su barbilla. Ese era el momento. Ahí es donde ella
empezaba el conjuro.
Sus pupilas se dilataron, y el
Príncipe de la Noche Brillante quedó atrapado por la adoración infinita que vio
reflejada en ellas. Su corazón centenario aleteó por un instante como si aún
estuviera vivo, mientras aquella joven de cabellos oscuros y piel tostada
acercaba sus suaves labios a la herida. Había entrado en su mente y se había
enredado en el engaño que Dhara tan cuidadosamente había trazado, en la mentira
que él había deseado creer. Fascinado por ella, con su instinto de caza
aletargado por la saciedad y la falta de desafíos, con el hambre incesante
pugnando por dominarlo cuando sentía acercarse el calor de su cuerpo, joven y
vivo, no se percató de la mano oculta entre las faldas de la muchacha.
Dhara le besó en los labios, y
ese beso casi logró enmascarar el brillo de la hoja alimentado por el fuego,
casi lo insensibilizó ante el dolor de la daga que se hundía en su pecho. El
íncubo dejó escapar un alarido de sorpresa entremezclada con ira, y la joven no
desperdició su confusión. Se abalanzaron sobre ella, pero era tarde. Lo empujó
con todas sus fuerzas, que no eran pocas a pesar de su cuerpo pequeño, frágil y
mortal. La criatura cayó sobre la hoguera y el alarido se convirtió en un grito
que desgarró la noche, en un gruñido gutural, hasta que finalmente solo
quedaron silencio y muerte.
El caos se apoderó del falso
aquelarre. Gritos, lamentos, amenazas. Pero sobre todo terror en los ojos que
se ocultaban detrás de las máscaras. Dhara no les dio tiempo a reaccionar: se
levantó y corrió, internándose en la espesura sin rumbo, hasta que los pies
sangraron. Sus pulmones iban a explotar. No sabía si la perseguirían, aunque
suponía que no tendrían el valor suficiente. Al menos no por el momento. Se
detuvo, aferrándose al tronco de un árbol para recuperar la respiración.
Aquella era la realidad, fría y
desnuda. No había ritos, no había hechizos ni cánticos para acabar con las
criaturas de la noche, con los moradores de las pesadillas. Solo la fuerza de
su propio corazón, solo su fe para guiar su mano. Y por supuesto, Ella. En
todas las cosas, siempre estaba Ella.
Habían intentado hacerla creer en
dioses con múltiples rostros, en dioses de otro tiempo, en el dios crucificado,
pero ninguno de ellos había acudido a sus súplicas durante los días de hambre y
miseria. Había vagado perdida y sola por la tierra de los hombres, doblegada
ante sus látigos. Había conocido el dolor y la muerte, la enfermedad, los
horrores de los que era capaz la humanidad. Y ni siquiera cuando clamó por su propio
final la habían escuchado.
Hasta que Ella la encontró. Dhara
era entonces una chiquilla que no sabía nada, pero Ella le había enseñado. La
había alimentado, la había protegido, la había adiestrado. Había llenado el
vacío solitario de su alma huérfana con mucho más que promesas vacías: con
poder.
- Estoy muy orgullosa de ti,
Dhara.
La silueta se recortaba contra lo
que eran ya las luces del amanecer. La oscuridad informe tenía contornos de
mujer, pues con esa forma se le había revelado. Dhara se arrodilló. Cálidas
lágrimas surcaron sus mejillas doradas. Ese amor sí era real. Podía sentirlo en
cada fibra de su ser, en cada escondite de su esencia. La oscuridad la tocó y
la colmó, y Dhara supo que estaba completa. Había sobrevivido una noche más, y
junto a Ella estaba preparada para todas las que hubieran de venir.