jueves, 27 de febrero de 2020

Reto Atrasado: La Ira de la Diosa


Sigo intentando ponerme al día con todos los proyectos atrasados. Por suerte, este relato lo terminé de revisar a principios de Diciembre, y si alguno me sigue en Wattpad ya habrá tenido la suerte de verlo por allí. El reto correspondiente consistía en rescatar un relato antiguo y corregirlo, adaptándolo a mi estilo actual. He de decir que ha sido un trabajo complicado enfrentarse a mis viejos manuscritos, pues después de tanto tiempo se hacen mucho más patentes las carencias de estilo que tenía por aquél entonces.

Finalmente me decidí por esta historia, muy diferente en su versión original, que sentía que no había explotado por completo. Aun así creo que este relato, más breve que el anterior, es una vaga declaración de intenciones de lo mucho que tengo que mejorar. También hago hincapié en que en el momento en el que reescribí esta historia ya estaba metida hasta las cejas en el proyecto que me ha mantenido ocupada estos meses, por lo que quizás no le haya prestado la atención que merecía.

Dicen que es importante escribir para uno mismo, que hay muchas cosas de las que creamos que nunca verán la luz, y pienso que este relato debería haber sido una de ellas. Sin embargo, me ayuda mucho conocer la opinión de otras personas, de que me expliquen lo que ven en mis historias desde su perspectiva imparcial, de modo que aquí queda mi historia para Diciembre. 

De nuevo doy las gracias a todas las personas que se toman la molestia de sacar un pedacito de tiempo para mí y mis desvaríos; espero vuestras opiniones y comentarios, como siempre a través del blog o mis redes sociales (y si es con un café, mejor que mejor).



 LA IRA DE LA DIOSA





Alzados hacia la inmensidad de la luna llena, sus grandes ojos oscuros perfilados de Kohl refulgían con un brillo místico, ligeramente empañados por el dolor, o tal vez por la soledad. Jamás, en toda su breve existencia, había soñado conocer un lugar como aquél. Ni un solo rastro de civilización, ni tan siquiera casas de pastores o puestos de caza corrompían el aroma puro que se respiraba en el tupido bosque. La noche se arremolinaba a su alrededor. Las sombras arrancadas por la luna acariciaban con dedos sigilosos el vestido gastado que le habían donado en la parroquia. Dhara había viajado mucho, pero nunca había conocido un lugar tan salvaje.

Se preguntó cuántos hombres habrían tenido la oportunidad de pisar aquel lugar, mientras seguía torpemente a la joven que la guiaba, ambas descalzas sobre la hierba húmeda y el musgo, abriéndose camino entre ramas, arbustos. Alcanzaba a ver la cabellera dorada de la muchacha, que se giró para dedicarle una sonrisa cálida llena de complicidad.

- No tengas miedo, Dhara. Lo estás haciendo muy bien.- Su voz dulce rompió el silencio nocturno de un modo casi sacrílego. Dhara le devolvió a su vez la sonrisa. Sus dientes perlados contrastaron con el tono canela de su piel.

Eran tan diferentes. La dulce flor pálida, hija de un rico comerciante, con los ojos del color del bosque profundo y los cabellos trigueños, envuelta en un vestido de seda que susurraba a cada paso. La eterna esclava errante, hija de nadie, con sus pupilas llenas de misterio y muerte, con el pelo negro y crespo trenzado hasta la cintura, con sus ropas remendadas, raídas por el trabajo. El cómo la joven había llegado a fijarse en ella, Dhara nunca podría habérselo explicado. Eran muchos los que habían acudido a la joven, atraídos por el misticismo de su piel oscura o su acento suave. En los salones de las altas esferas se habían puesto de moda las reuniones para hablar de ciencias ocultas y mesmerismo. Se invitaba a mujeres exóticas que hablaban con espíritus o sabían leer el destino en las cartas. Por eso, cuando la chica había aparecido en la puerta de la casa semiderruida que en aquellos momentos Dhara habitaba, no se había sorprendido lo más mínimo. Era como si el destino se hubiese tejido en la dirección correcta para que la encontrara.

Apenas llevaba un par de años en aquella ciudad, pero era el tiempo suficiente como para que su nombre se conociese entre las gentes más pobres y desesperadas. La bruja, la hechicera extranjera, con sus remedios de hierbas que curaban hasta la Peste, que se deshacía de los niños que no estaban destinados al amor. Que era capaz de maldecir a un hombre hasta que la enfermedad se lo llevaba poco a poco y le llegaba la muerte. Era un negocio fructífero, como todos los que se aprovechan del dolor ajeno, que le permitía seguir avanzando, aprendiendo, prosperando en su miserable existencia. Y entonces había llegado ella.

Avanzaron durante más de una hora a través de la espesura, hasta que la luz de la hoguera salió a su encuentro, bañando con su calor reconfortante el rostro de las dos mujeres. El fuego se alzaba hacia la noche devorando con su crepitar gruesas ramas de madera seca. A su alrededor un círculo de mujeres se congregaba. Dhara rió para sus adentros cuando advirtió que vestían ridículas máscaras profusamente decoradas, a juego con sus coloridos vestidos brocados, en un intento inútil por mantener un anonimato que no era necesario. Podía adivinar sus rostros, más o menos conocidos. De algunas sabía el nombre. Le divertía el absurdo secretismo, la falsa ceremonia. Se preguntó si el placer que sentían aquellas mujeres por acudir al círculo iría más allá del mero hecho de un acto prohibido.

- Escuchad, hermanas.-comenzó entonces la que había sido su guía.- Porque he encontrado a la última compañera que requerimos en nuestra travesía.

Se volvieron hacia ella, estudiándola unos segundos sin demasiado interés. Dhara escuchó el latido acelerado de su corazón, que poco a poco fue volviendo a su ritmo habitual cuando las otras, saciada ya su curiosidad, apartaron las miradas.

Su compañera la cogió de la mano, invitándola a sentarse a su lado en torno al fuego. Sacó de entre los pliegues de su vestido dos máscaras como las que llevaba el resto y le tendió una. Dhara vaciló levemente antes de ponérsela. No quería que nada le impidiese la visión, pero no se le ocurrió un argumento sólido para rechazarla.

- Dhara…- la joven se había dirigido a ella con dulzura, pero también con firmeza,- Sé que puedes estar asustada. La primera vez es para todas la más difícil, pero te encuentras ente amigas. Serás una de nosotras y nosotras seremos una contigo. En el Círculo no hay lugar para el miedo. Eres una mujer excepcional, como todas las que nos hallamos aquí esta noche. Solo deseamos tu amor, porque al igual que tú solo deseamos ser amadas.

Allí estaba, sutil, la presencia. No era la esencia oscura que tantas veces la visitaba. Era algo antiguo, profundo. Dhara sentía como lentamente iba despertando, en algún rincón remoto del bosque. Cómo palpitaba su corazón, lóbrego, y su hambre. Un hambre densa, que atravesó el alma de Dhara como una flecha veloz que se clavaba en sus entrañas. Tuvo que respirar hondo para volver a su cuerpo, para volver a ser ella. Alguien le tendió un cuenco con lo que parecía vino especiado, caliente. Ella fingió que bebía. No era la primera vez que Dhara se enfrentaba a un culto como aquel, y no podía permitirse el lujo de abandonar su conciencia al abrazo de los alucinógenos.

- Nunca podré agradecerte lo suficiente que me hayas traído hasta aquí, Beth.
Acarició discretamente el contorno de la daga que llevaba atada a su pierna para tranquilizarse. El contacto con el filo siempre conseguía calmarla. La hoja sencilla, de plata pura, había recorrido generaciones antes de acabar en sus manos. No había ornamentos en su empuñadura, ni filigranas. Su sencillez era parte de su magia.

Continuaron conversando entre susurros hasta que, finalmente, la media noche se cernió sobre ellas. El fuego pareció morir por un instante, para alzarse luego con mucha más intensidad. El calor era casi asfixiante. Entonces una de las mujeres, la más mayor de ellas, se puso en pie, instando a sus espectadoras a que se cogieran de las manos. No había ninguna tan fría como las de Dhara.

- Te invocamos a ti, Príncipe de la Noche Brillante.- su voz resonó con un eco arcano, fruto de la bebida que habían estado consumiendo y del poder que le otorgaba su propia fe. Dhara sabía muy bien el poder que podía tener la fe.- Óyenos, Señor de Este Lado y el Otro, Manto de Sangre, Amo de la Oscuridad. Tus hijas te lloran y claman Tu nombre desde su tormento. Tú que guiaste a los pueblos que nos precedieron por la senda del triunfo, acude a nuestra llamada. Llena con Tu luz nuestros ojos. Ven a nosotras, Príncipe nuestro.

Dhara sentía como su cuerpo temblaba, pues aunque sabía que todo aquello era una mentira, no podía dejar de intuir cómo aquella presencia, ese hambre antigua, se acercaba. Estaba tan próximo a ella que no le habría sorprendido sentir su aliento en la nuca.

Volutas de humo tomaron forma en el centro del círculo. Las mujeres se soltaron las manos sobresaltadas, mientras la niebla iba tomando forma: una silueta masculina, con la piel pálida como mármol pulido. Era, sin lugar a dudas, el íncubo más perfecto que Dhara había tenido la oportunidad de contemplar, y su corazón quiso suicidarse en un vuelvo peligroso cuando sus ojos del color del océano, helados, se posaron sobre ella. Su aspecto era tan indómito como la foresta que los rodeaba, con una larga cabellera pálida como hilo de plata, que le llegaba hasta la cintura. Tenía el rostro lampiño, las facciones angulosas, perfectas. Era como si un artista lo hubiera cincelado en piedra.

- Nos ha escuchado nuestro Señor.-murmuró la mujer que dirigía la ceremonia, y el grupo se deshizo en exclamaciones llenas de dicha. Las mujeres se inclinaban sobre sí mismas, tocando el suelo con la frente. Dhara no. No podía apartar la mirada del Príncipe de la Noche Brillante, a pesar de que percibía cómo invadía su mente, volviendo del revés su alma, buscando una respuesta a la pregunta que no había formulado aún. Por un instante, la joven hechicera temió que no hubiera secreto que pudiese enterrar con la suficiente profundidad como para que él no lo encontrara.

- No es de los nuestros.-pronunció él entonces. En su voz preternatural podía apreciarse el peso de los siglos, pero no había desprecio en sus palabras sino más bien un deje de curiosidad.- No tiene sangre de los Antepasados.

-Pero es poderosa, señor.- Beth había dado un paso al frente, con el rostro inclinado. Dhara aprovechó aquel momento para deshacerse de su influjo.- Mi señor, esta mujer ha probado sus capacidades como cualquiera de nosotras. Es una hechicera.

A Dhara casi se le escapó una sonrisa. El cuidado especial con el que había pronunciado la palabra “hechicera” no hacía sino poner de manifiesto la farsa que eran todas ellas. ¿Cuánto tiempo llevaría aquella criatura allí, alimentándose de la desesperación de sus débiles corazones?

- Muy bien, mi dulce Beth. Seguiremos tus consejos esta noche.- Acarició con ternura la cabeza de la muchacha que había hablado en favor de Dhara, que volvió de nuevo a ocupar su puesto. El Príncipe hizo un leve gesto, y para cuando quiso darse cuenta la habían arrastrado al centro del círculo, hasta quedar arrodillada ante los pies descalzos  de la monstruosamente hermosa criatura. Mantuvo allí posados sus ojos oscuros, luchando contra el miedo que ansiaba adueñarse de su alma. No iba a conseguirlo, no desde ahí. Eran demasiados; aunque tuviera fuerzas para completar su misión probablemente después no la dejarían abandonar el claro con vida. Él estaba demasiado cerca y claramente tenía ventaja.

“Pero tienes MI poder” susurró la voz oscura, la voz amada, en el fondo de su mente. Dhara sintió los brazos invisibles que la rodeaban para confortarla. Alzó el rostro, desafiante, y el demonio se arrodilló frente a ella. Podía oler la tierra húmeda en su piel.

-¿Es eso lo que quieres, criatura? ¿Ser una de nosotros?- La obligó a mirarlo a los ojos y oleadas de calor recorrieron cada lugar oculto de su cuerpo. Sentía el amor que manaba de ella, pero sabía que era un amor falso, una ilusión creada a partir de su soledad. Aunque hacía tiempo que Dhara nunca estaba sola.- ¿Prometes servirme, amarme, protegerme, adorarme? Tu vida será mía, pequeña, y yo seré tuyo hasta que no quede una gota de vida en tu cuerpo consumido por el tiempo.

Ella no supo responder. No pudo más que ahogar un grito de sorpresa cuando el Príncipe de la Noche Brillante se arañó con violencia su propio cuello, desgarrando la piel perfecta, haciendo manar la sangre brillante que dibujó hilos carmesí sobre su pálido pecho.

- Esto, querida niña, es el principio y el fin. Todo por lo que has de vivir. Todo por lo que has de morir. Todo por lo que me pertenecerás.- Sus dedos largos acariciaron el contorno de su mandíbula, asiendo su barbilla. Ese era el momento. Ahí es donde ella empezaba el conjuro.

Sus pupilas se dilataron, y el Príncipe de la Noche Brillante quedó atrapado por la adoración infinita que vio reflejada en ellas. Su corazón centenario aleteó por un instante como si aún estuviera vivo, mientras aquella joven de cabellos oscuros y piel tostada acercaba sus suaves labios a la herida. Había entrado en su mente y se había enredado en el engaño que Dhara tan cuidadosamente había trazado, en la mentira que él había deseado creer. Fascinado por ella, con su instinto de caza aletargado por la saciedad y la falta de desafíos, con el hambre incesante pugnando por dominarlo cuando sentía acercarse el calor de su cuerpo, joven y vivo, no se percató de la mano oculta entre las faldas de la muchacha.

Dhara le besó en los labios, y ese beso casi logró enmascarar el brillo de la hoja alimentado por el fuego, casi lo insensibilizó ante el dolor de la daga que se hundía en su pecho. El íncubo dejó escapar un alarido de sorpresa entremezclada con ira, y la joven no desperdició su confusión. Se abalanzaron sobre ella, pero era tarde. Lo empujó con todas sus fuerzas, que no eran pocas a pesar de su cuerpo pequeño, frágil y mortal. La criatura cayó sobre la hoguera y el alarido se convirtió en un grito que desgarró la noche, en un gruñido gutural, hasta que finalmente solo quedaron silencio y muerte.

El caos se apoderó del falso aquelarre. Gritos, lamentos, amenazas. Pero sobre todo terror en los ojos que se ocultaban detrás de las máscaras. Dhara no les dio tiempo a reaccionar: se levantó y corrió, internándose en la espesura sin rumbo, hasta que los pies sangraron. Sus pulmones iban a explotar. No sabía si la perseguirían, aunque suponía que no tendrían el valor suficiente. Al menos no por el momento. Se detuvo, aferrándose al tronco de un árbol para recuperar la respiración.

Aquella era la realidad, fría y desnuda. No había ritos, no había hechizos ni cánticos para acabar con las criaturas de la noche, con los moradores de las pesadillas. Solo la fuerza de su propio corazón, solo su fe para guiar su mano. Y por supuesto, Ella. En todas las cosas, siempre estaba Ella.

Habían intentado hacerla creer en dioses con múltiples rostros, en dioses de otro tiempo, en el dios crucificado, pero ninguno de ellos había acudido a sus súplicas durante los días de hambre y miseria. Había vagado perdida y sola por la tierra de los hombres, doblegada ante sus látigos. Había conocido el dolor y la muerte, la enfermedad, los horrores de los que era capaz la humanidad. Y ni siquiera cuando clamó por su propio final la habían escuchado.

Hasta que Ella la encontró. Dhara era entonces una chiquilla que no sabía nada, pero Ella le había enseñado. La había alimentado, la había protegido, la había adiestrado. Había llenado el vacío solitario de su alma huérfana con mucho más que promesas vacías: con poder.

- Estoy muy orgullosa de ti, Dhara.

La silueta se recortaba contra lo que eran ya las luces del amanecer. La oscuridad informe tenía contornos de mujer, pues con esa forma se le había revelado. Dhara se arrodilló. Cálidas lágrimas surcaron sus mejillas doradas. Ese amor sí era real. Podía sentirlo en cada fibra de su ser, en cada escondite de su esencia. La oscuridad la tocó y la colmó, y Dhara supo que estaba completa. Había sobrevivido una noche más, y junto a Ella estaba preparada para todas las que hubieran de venir.

 


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