domingo, 24 de noviembre de 2019

Extra de Noviembre: Lecturas, proyectos y reflexiones.

Bienvenidos un día más a mi pequeño rinconcito. Hoy os quiero hablar de lecturas extra, de cómo estoy viviendo un poco el momento retos del mes de noviembre y de los planes que tengo para diciembre.

En primer lugar, dentro de las lecturas extras de este mes, quiero destacar Mouse Guard, de David Petersen. Se trata de una saga de comics, de fantasía épica, cuyos protagonistas son pequeños ratones. Estos guardianes tendrán que sobrevivir y mantener comunicadas las distintas ciudades que habitan, enfrentándose a grandes depredadores que nada pueden envidiar a bestias y dragones de historias más ambiciosas. Yo he leído los volúmenes "Otoño 1152", "Invierno 1152" y "El Hacha Negra".

 


A pesar de que en un principio la trama me resultaba un poco simple, es cierto que el carisma y la ternura de los personajes te animan a seguir leyendo, hasta que llega un punto en que te engancha y necesitas continuar la historia, que va evolucionando en ritmo y complejidad. Tiene momentos bastante álgidos, que conmueven al lector y lo hacen empatizar, poniéndose en la piel de los ratones. También hay giros complejos y adultos de lo que podría parecer una historia escrita para niños.  En definitiva, me ha gustado mucho, tanto por su impecable apartado artístico, que cuenta con un dibujo de gran calidad, mimado y detallista, como por la sensación de aventura que consigue transmitir. Y es que no en vano Mouse Guard cuenta con su propio juego de rol, que si bien quizás no sea el más llamativo de entre todos los manuales, seguramente da para contar muchas historias desde la piel de estos valientes roedores. 




En cuanto a los retos de Noviembre, si bien es cierto que he avanzado bastante rápido, he de decir que no estoy muy contenta con los resultados. Quizás el haber terminado tan pronto me ha dejado demasiado tiempo vacío hasta los próximos retos, y aunque pensaba que podría beneficiarme de ello, no he leído nada más allá de Mouse Guard. Tampoco he escrito gran cosa a parte del relato que se ha publicado en entradas anteriores, no sé si por falta de inspiración o porque al no tener un objetivo claro como el del reto las ideas no me fluyen con tanta facilidad.

Por otra parte es cierto que he aprovechado este tiempo para informarme un poco sobre el “esqueleto” de la creación literaria, ya que si bien siempre he escrito por libre, me he dado cuenta de que me quedan muchos huecos que rellenar con técnica y con teoría. Estoy barajando hacer algunos cursos al respecto, pero tendrán que esperar de momento al año que viene.

Y ya de cara a Diciembre, es hora de ir pensando un poco en los siguientes objetivos. He escogido mi libro de 12 Meses de Lectura (tengo escogidos los de varios meses en adelante), y lo presentaré en unos días. Para el reto 12 Meses de Escritura estoy teniendo un algo más de dificultad, ya que me toca bucear en antiguos archivos del ordenador antes de sentarme a crear. Aunque son fechas más complicadas, intentaré traer algún extra, y para ello también me gustaría saber qué os apetece leer a vosotros. ¿Relatos? ¿Reseñas de algún otro libro? ¿Un apartado de series o cine? Espero que me lo hagáis saber a través de los comentarios, o también en mis redes sociales.

Os doy de nuevo las gracias por compartir un trocito de vuestro tiempo para pasaros por esta mi guarida. Espero leeros pronto.

jueves, 21 de noviembre de 2019

RETO DE ESCRITURA: ERA NADIE. EPÍLOGO


EPÍLOGO

El accidente en la Fábrica no había sido nada fuera de lo común, a pesar de que la había pillado totalmente por sorpresa. Tuvo la suerte de que el traje de protección salvaguardó la mayor parte de su cuerpo. Aun así, los ácidos habían corroído la piel de su abdomen y brazos, aunque afortunadamente su seguro se encargaría de cubrir los costes de los reemplazos.
Le dieron un mes libre, pagado, y la ingresaron en una clínica afiliada a la Fábrica que no quedaba muy lejos. La sintetización de piel siempre era muy dolorosa, lenta. No obstante, gracias a los últimos avances, una semana de coma inducido bastó para que cuando volvió a ver su cuerpo el resultado fuese bastante aceptable.

Conocía los riesgos de trabajar en los Equipos de Descontaminación. El salario no estaba nada mal, pero los accidentes eran parte de su día a día. Para ella había sido mucho más traumática la vez que perdió la pierna izquierda. Había tardado mucho en acostumbrarse a la prótesis, que aunque en apariencia era perfectamente indistinguible de un miembro normal, le exigía aún a día de hoy una dura rutina de ejercicios para poder movilizarla y mantenerse a punto. El incidente de los ácidos en comparación era algo menor, innegablemente doloroso, aunque meramente estético. Esas cosas siempre eran fáciles de arreglar. Tal vez lo peor del tiempo que había estado ingresada era que no le habían permitido fumar. 

Cuando volvió a su apartamento, un espacio diminuto en la circunscripción de la Fábrica, casi todo estaba como lo había dejado. Nadie se había sorprendido por su ausencia, ya que la poca familia que le quedaba hacía años que se había marchado hacia las Colonias, con aquella falsa promesa propagandística de forjarse un futuro mejor. Ya solo quedaba ella en la Ciudad, y conocía el secreto. No había futuro.

Se quitó su abrigo sencillo, barato, contemplando las finas cicatrices que paulatinamente irían desapareciendo de sus brazos. Dobló la prenda y la colocó en el respaldo de la silla, en la que después se sentó despacio, haciendo una mueca de dolor cuando movilizó la piel nueva, tirante. Sacó el cigarrillo del paquete, lo deslizó con suavidad entre sus labios y lo encendió con una chispa brillante de su mechero eléctrico. Cerró los ojos al aspirar el humo. E, inconscientemente, lo buscó al otro lado de la ventana.
Hacía ya tiempo que se había dado cuenta de que la observaba. Al principio se había sentido desconcertada, pero no por la inherente violación de su intimidad, sino porque en sus ojos verdes, empañados por el alcohol, no había ni un atisbo de reconocimiento.

Ella también lo había espiado, en silencio, desde mucho antes de que supiera de su existencia. Lo contemplaba en las largas horas de la cadena de montaje, mientras revisaba cada pieza, a la par que ella iba recogiendo los residuos resultantes de la pesada maquinaria. Había reparado en sus manos, fuerte y precisas. Había aspirado su aroma en la estrechez del ascensor industrial, una mezcla de sudor acre del esfuerzo físico y los efluvios etílicos que emanaban de su piel. Se preguntó si había sido el traje de descontaminación, si era el casco protector, o si simplemente no había reparado en aquella muchacha corriente que compartía con él algunos turnos, que se cruzaba a veces en la entrada al fichar, que unas veces terminaba antes y otras muchas más tarde.

Nunca se habría acercado a él, por supuesto. Los miembros de los Equipos de Descontaminación eran, cuanto menos, evitados. Restos de radiación, sustancias químicas en cada poro de su piel, por no hablar de las deformidades que acompañaban con el tiempo a la mayoría de Descontaminadores. Quizás hubiera sido más humano fabricar máquinas que asumiesen aquellas tareas, pero no más económico. Al fin y al cabo, la materia orgánica y la desesperación humana eran recursos prácticamente infinitos en la Ciudad.

De modo que se había dejado observar dócilmente, sabiéndose partícipe de un juego secreto. Ella conocía todo de él: su nombre, su vida anterior, sus horarios, su puesto en la Fábrica. Era fácil preguntar a otros Descontaminadores, indagar aquí y allá, vigilarlo mientras realizaba las tareas de mantenimiento. En los turnos que no compartían, simplemente podía pedir el favor a alguno de sus compañeros.

El juego se había espaciado en el tiempo, y ella comenzó a impacientarse. Se preguntó cuánto le llevaría darse cuenta de quién era, si sus averiguaciones terminarían por llevarlo hasta su puerta. Poco a poco fue entendiendo la magnitud de su invisibilidad para él en la Fábrica, así que abandonó la esperanza pueril y se dedicó simplemente a ser aquella mujer que lo fascinaba, fumando en la ventana.

No le sorprendió en absoluto cuando le contaron que había abandonado la Fábrica. A lo mejor, como había hecho ella, se había rendido. O tal vez nunca hubo ninguna pretensión más allá de espiarla. Fuera como fuese, los ojos oscuros y profundos de la mujer se posaron unos últimos segundos sobre el sillón vacío, semioculto en la penumbra del apartamento más allá de su ventana. Consumió las últimas caladas y apagó el cigarrillo, tras lo cual, con gesto distraído, corrió la cortina y cerró la ventana. No había que darle mayor importancia. Porque al fin y al cabo, aquellos solo habían sido los sueños fugaces de una Descontaminadora.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

RETO DE ESCRITURA: ERA NADIE. PARTE 4


PARTE IV

Tal y como había predicho, una mañana ella ya no apareció. Permaneció despierto varias horas más, aguardando su regreso, pero la esperanza había sido vana. Al día siguiente tampoco estaba. Ni el siguiente. Esperó pacientemente durante toda una semana.

Antes había llenado sus pensamientos, su imaginación, en las horas vacías que precedían a su sueño, en los turnos libres de trabajo de la Fábrica. Ahora colmaba su mente de forma invariable durante todo el tiempo. Tenía una sensación de anticipación, de vértigo ante un precipicio, que se había aferrado con fuerza a sus entrañas, y que se sacudía violentamente cuando cada vez que al llegar a casa no había nadie apoyado en el alféizar de la ventana.

Fantaseaba con la idea de entrar en el gris apartamento, de buscar entre sus cosas una pista que aliviase su curiosidad, o le revelase su destino. No le sería difícil forzar la cerradura digital, no se le había dado mal al hombre que era antes. Pero el hombre que era ahora tendría que dar demasiadas explicaciones, si acaso primero llegaba a encontrar la puerta correcta en aquel laberinto de ratoneras de hormigón. Todo ello, por supuesto, obviando la certeza de que la Corporación lo estaría vigilando, como a cualquier antiguo miembro, esperando el paso en falso, el error que hacía falta para eliminarlo.

Estaba seguro de que tenían su expediente, de que conocían cada movimiento que había realizado dentro de la Fábrica. Seguramente sabrían de su extraña obsesión con la mujer de la ventana, se burlarían de aquel hombre corriente hundido en un sillón sucio, que dibujaba fantasías ebrias en su mente cansada sobre alguien de quien no intuía ni el nombre.

Si quedaba algún rencor para con él dentro de la Corporación, podrían incluso vincularlos. Un testigo falso, una confesión arrancada con métodos que sobrepasaban lo humano, y él sería tan culpable como ella. Poco a poco, ese miedo se fue haciendo dueño de su cuerpo, y durante un par de días más no hubo alcohol o somníferos suficientes que pudieran aplacarlo. Faltó a algunos turnos, por lo que recibió una amonestación de la Fábrica. La próxima vez tomarían cartas en el asunto. Leyó y borró el mensaje, sumido en la autocompasión y la inconsciencia que era fruto tanto de los químicos como de su propio pánico. Se levantó trabajosamente, con torpeza, para lavarse la cara y mirarse en el espejo.

Solo llevaba unos cuantos días sin verla, y ya no tenía la esperanza de hacerlo de nuevo. Si no hacía nada, aquella certeza bastaría para destruirlo. El trabajador de la Fábrica, alcohólico, solitario, con rasgos antisociales que tenían ya breves tintes de psicopatía estaba al borde de la muerte. No una muerte rápida, claro, sino un cáncer paranoico que lo iba a consumir poco a poco, hasta que no fuera más que un chasis vacío que despiezar en el mercado negro.
Pero podía sobrevivir. Podía escoger ser el otro hombre. El perro de presa que recorría incansable las calles de la Ciudad. Volver a respirar en los callejones infectos, siempre acechando, esperando a que la caza comenzase de nuevo. Y ese hombre, el hombre que había sido, podría encontrarla.

Por supuesto, no sería fácil ni rápido. Había sido bueno, quizás de los mejores, y eso tal vez hiciese que fuesen un poco más indulgentes en su regreso. Un par de años en el Exterior, cinco a lo sumo. Sobreviviría a las nuevas enfermedades, tenía que hacerlo. A lo mejor las Colonias eran más deseables, pero el viaje hasta allí le robaría mucho tiempo. Después, muy lentamente, observado por mil ojos dentro de la Corporación, iría ascendiendo. El Borde Exterior. Las Zonas Distales. La Ciudad. El Centro. Buscaría su imagen en los archivos, la recordaría bien. Tendría acceso a las celdas de interrogatorios. La pena de muerte como tal no era concebible en una sociedad como la de la Ciudad, lo que le daría tiempo para recuperar los pedazos que quedasen de ella. Aunque también sabía que allí abajo había horrores mayores que la muerte.

Y entonces la encontraría. Una sombra de lo que había sido, los restos consumidos por el hambre, el tiempo y la oscuridad de una mujer que fumaba en la ventana sin saber que al otro lado estaban contemplando su destino. Escaparían juntos hacia las Colonias. Porque ese hombre si era capaz de llevarla hasta las estrellas.

martes, 19 de noviembre de 2019

RETO DE ESCRITURA: ERA NADIE. PARTE 3


PARTE III


Por más que se había fijado, nunca había más movimiento que el de ella en el apartamento de enfrente. Se marchaba cada mañana, volvía casi por la noche. Los días se habían vuelto más calurosos, y había empezado a dejar la cortina entreabierta, con la ingenua esperanza de que algo de brisa se colase en el pequeño habitáculo. Esto le permitió vislumbrar una porción de su mundo, sencillo y aséptico.

Las paredes grises, sin más adornos que una estantería metálica de estilo industrial, en la que descansaban viejos volúmenes de papel, de esos que ya no se veían, cuyos títulos no alcanzaba a leer desde su escondite. La mesa de cristal, con una única silla, sobre la que descansaba un cenicero que amenazaba con desbordarse. Veía su sombra moverse de lado a lado, vistiéndose cada mañana para marcharse, y aun así no había conseguido añadir ningún detalle nuevo a lo que ya sabía. Su ropa era demasiado genérica, corriente, sin adornos ni pistas sobre si era coqueta o desaliñada, sobre si le gustaba recrearse en el espejo o si apenas se fijaba en las prendas que escogía.

Su rutina era vulgar, metódica. Bebía agua y se vestía. Preparaba café, encendía el cigarro en la ventana, esperaba. Apagaba la colilla, fregaba la taza, cogía el abrigo y las llaves de la estantería. Se marchaba.

Pasó casi dos semanas observando a través de la cortina entreabierta antes de plantearse que tal vez dentro de aquella simplicidad solo había mentiras. Cada gesto, cada movimiento, podían no ser más que un ritual ensayado para fingir normalidad, para que él la observase. Recordaba casos así, casos que había resuelto el hombre que era antes.

Eran células, a veces grupos casi sectarios. Estaban contra la Fábrica, contra algún laboratorio, contra algún dirigente o investigador de las Colonias. Luchaban por los derechos de animales pseudoextintos, se manifestaban contra enfermedades fabricadas, o contra la cúpula de contaminación que rodeaba la Ciudad. Lo mismo daba. Vivían por su causa, para la causa, solían morir por ella y otras tantas veces matar. Y aquella historia no le disgustó del todo, porque tenía retazos de todos los retratos que había fabricado de ella.

La bailarina, con una fuerte disciplina física, pero no para el baile sino para el combate. La naturalista, con un cuerpo sin implantes para rechazar el progreso. La científica, perfectamente informada sobre su causa, con instrucciones claras y un plan de acción diseñado con esmero que debía seguir. La prostituta, que escapaba del peso del amor exigente de su misión con aquel cigarro cuyo humo ascendía como una súplica. Era todas, y a la vez ninguna. Era un borrón perdido entre la sociedad, paciente, sutil, agazapada entre sombras mientras esperaba su momento. Era Nadie.

En principio no haría nada al respecto. Cualquier  indicio de sospecha que llegara a oídos de la Corporación de Seguridad de la Ciudad sería suficiente para que desapareciese en un habitáculo oscuro y estrecho, en el que ni siquiera tendría espacio para sentarse. Él conocía bien aquellos habitáculos, y también sabía de buena mano el destino que aguardaba a chicas como aquella. Recordó, por un instante, el sueño borroso en el que la salvaba. Y no era eso, nada más que un sueño. Porque él ya no era ese hombre.