PARTE
IV
Tal y como había predicho, una mañana
ella ya no apareció. Permaneció despierto varias horas más, aguardando su
regreso, pero la esperanza había sido vana. Al día siguiente tampoco estaba. Ni
el siguiente. Esperó pacientemente durante toda una semana.
Antes había llenado sus pensamientos,
su imaginación, en las horas vacías que precedían a su sueño, en los turnos
libres de trabajo de la Fábrica. Ahora colmaba su mente de forma invariable
durante todo el tiempo. Tenía una sensación de anticipación, de vértigo ante un
precipicio, que se había aferrado con fuerza a sus entrañas, y que se sacudía
violentamente cuando cada vez que al llegar a casa no había nadie apoyado en el
alféizar de la ventana.
Fantaseaba con la idea de entrar en el
gris apartamento, de buscar entre sus cosas una pista que aliviase su
curiosidad, o le revelase su destino. No le sería difícil forzar la cerradura
digital, no se le había dado mal al hombre que era antes. Pero el hombre que
era ahora tendría que dar demasiadas explicaciones, si acaso primero llegaba a
encontrar la puerta correcta en aquel laberinto de ratoneras de hormigón. Todo
ello, por supuesto, obviando la certeza de que la Corporación lo estaría
vigilando, como a cualquier antiguo miembro, esperando el paso en falso, el
error que hacía falta para eliminarlo.
Estaba seguro de que tenían su
expediente, de que conocían cada movimiento que había realizado dentro de la
Fábrica. Seguramente sabrían de su extraña obsesión con la mujer de la ventana,
se burlarían de aquel hombre corriente hundido en un sillón sucio, que dibujaba
fantasías ebrias en su mente cansada sobre alguien de quien no intuía ni el
nombre.
Si quedaba algún rencor para con él
dentro de la Corporación, podrían incluso vincularlos. Un testigo falso, una
confesión arrancada con métodos que sobrepasaban lo humano, y él sería tan
culpable como ella. Poco a poco, ese miedo se fue haciendo dueño de su cuerpo,
y durante un par de días más no hubo alcohol o somníferos suficientes que
pudieran aplacarlo. Faltó a algunos turnos, por lo que recibió una amonestación
de la Fábrica. La próxima vez tomarían cartas en el asunto. Leyó y borró el
mensaje, sumido en la autocompasión y la inconsciencia que era fruto tanto de
los químicos como de su propio pánico. Se levantó trabajosamente, con torpeza,
para lavarse la cara y mirarse en el espejo.
Solo llevaba unos cuantos días sin
verla, y ya no tenía la esperanza de hacerlo de nuevo. Si no hacía nada,
aquella certeza bastaría para destruirlo. El trabajador de la Fábrica,
alcohólico, solitario, con rasgos antisociales que tenían ya breves tintes de
psicopatía estaba al borde de la muerte. No una muerte rápida, claro, sino un
cáncer paranoico que lo iba a consumir poco a poco, hasta que no fuera más que
un chasis vacío que despiezar en el mercado negro.
Pero podía sobrevivir. Podía escoger
ser el otro hombre. El perro de presa que recorría incansable las calles de la
Ciudad. Volver a respirar en los callejones infectos, siempre acechando,
esperando a que la caza comenzase de nuevo. Y ese hombre, el hombre que había
sido, podría encontrarla.
Por supuesto, no sería fácil ni
rápido. Había sido bueno, quizás de los mejores, y eso tal vez hiciese que
fuesen un poco más indulgentes en su regreso. Un par de años en el Exterior,
cinco a lo sumo. Sobreviviría a las nuevas enfermedades, tenía que hacerlo. A
lo mejor las Colonias eran más deseables, pero el viaje hasta allí le robaría
mucho tiempo. Después, muy lentamente, observado por mil ojos dentro de la
Corporación, iría ascendiendo. El Borde Exterior. Las Zonas Distales. La
Ciudad. El Centro. Buscaría su imagen en los archivos, la recordaría bien.
Tendría acceso a las celdas de interrogatorios. La pena de muerte como tal no
era concebible en una sociedad como la de la Ciudad, lo que le daría tiempo
para recuperar los pedazos que quedasen de ella. Aunque también sabía que allí
abajo había horrores mayores que la muerte.
Y entonces la encontraría. Una sombra
de lo que había sido, los restos consumidos por el hambre, el tiempo y la
oscuridad de una mujer que fumaba en la ventana sin saber que al otro lado
estaban contemplando su destino. Escaparían juntos hacia las Colonias. Porque
ese hombre si era capaz de llevarla hasta las estrellas.
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