domingo, 17 de noviembre de 2019

RETO DE ESCRITURA: ERA NADIE. PARTE I

Bienvenidos como siempre a mi pequeña y caótica guarida. Hoy traigo mis avances en el reto 12 Meses de Escritura del mes de Noviembre.

Este mes el tema del relato, o más bien el requisito, es que contuviese una descripción. Tenía claro desde un principio que quería escribir sobre una descripción de personaje, y ya antes de empezar el relato había algunas ideas sobre el tema rondando por mi cabeza.

Finalmente escogí una de ellas y me senté a escribir. Debo reconocer que ha sido bastante más difícil quitarme el óxido de encima y poder reenganchar el mundo de la escritura. Aunque como ya he dicho antes mi idea inicial era bastante clara, cuando me he puesto delante del folio han empezado a surgir cosas completamente diferentes, y si bien el relato final cumple el requisito de tener una descripción en su contenido (varias, de hecho), no es ni por asomo lo que yo pretendía escribir.

También he de añadir que ha quedado todo mucho más extenso de lo que esperaba, y de lo que iba a ser un relato de un par de folios han salido casi catorce páginas. Por ello he decidido publicarlo en varias partes, para que no se haga excesivamente tedioso para el lector, ya que en una sola entrada podría ser excesivo.

En resumen, las conclusiones que he sacado del ejercicio de Noviembre han sido las siguientes:

- Mi estilo de relato ha cambiado mucho antes y después del "Gran Parón". Antes cuando escribía un relato, me costaba hacerlo extenso. Ahora casi me ha costado reducirlo.

- Mi idea inicial ha ido mutando en varias fases, hasta que ha quedado un relato que tiene poco que ver con lo que había pensado en un principio. El resultado final no me disgusta, pero me hace darme cuenta que no soy, por el momento, del tipo de escritor que se ajusta a esquemas y planificaciones

- He perdido mucha fluidez y vocabulario en todo este tiempo. Por supuesto, espero poder corregir este inconveniente, tanto con las herramientas de los retos como dedicando más tiempo a leer y a practicar.

No me voy a poner mucho más pesada en cuanto a mis autorreflexiones. A continuación os dejo lo que ha salido de todo este esfuerzo, de mi inspiración otoñal y de varios litros de café. Espero sinceramente que lo disfutéis, como he disfrutado yo escribiéndolo por humilde que sea esta historia. Me encantará leer vuestras opiniones al respecto tanto en el blog como a través de mis redes sociales. Gracias una vez más por pasaros por aquí.

ERA NADIE

PARTE I

Estaba allí, como cada mañana a las seis desde que le alcanzaba la memoria. La luz fría de los neones iluminaba su rostro pálido, reflejándose en sus ojos oscuros como una nebulosa de colores brillantes.

Observó distraídamente el humo del cigarrillo que se escapaba entre sus labios voluminosos, fundiéndose con los vapores que ascendían desde las cocinas ubicadas en los locales de los pisos inferiores. Verla enmarcada en aquella ventana era como contemplar una obra de arte mundano, siempre igual pero a la vez cambiante. Era una constante en su vida, que dictaba la rutina y separaba los días de las noches.

Abrió la pequeña nevera destartalada que había bajo la encimera de la cocina y sacó un botellín de cerveza barata, comprada en cualquier tienda de veinticuatro horas que le cayese al paso al volver desde la Fábrica. Después, sin mucha ceremonia, se quitó las botas de trabajo y se sentó en el sillón, colocado estratégicamente para poder verla, pero lo suficientemente oculto como para no ser visto. Ella vestía aquel día una camiseta blanca, sin mangas, que se pegaba a su cuello por el sudor. Sin duda había estado haciendo deporte. Sin poder evitarlo, trajo de nuevo a su mente la historia de la bailarina.

Algunas veces le gustaba imaginar que ella era una bailarina, sí, de aquellas antiguas. Tenía el cabello largo y salvaje, del color del cobre bruñido, y lo llevaba suelto sobre los hombros. Estaba muy lejos de las modas estridentes, de las extravagancias que se habían vuelto habituales en la Ciudad, y eso le gustaba. Probablemente fuera una Natural, de esos que habían declarado una guerra abierta a la Diosa Tecnología, que conservaban su cuerpo puro sin implantes o nanotecnología. Sus movimientos, fluidos pero firmes, se correspondían a los de un entrenamiento duro, preciso, con años de constancia y esfuerzo. Sus músculos estaban marcados en los brazos. Su cuello esbelto, elegante, sostenía su cabeza ladeada en un gesto distraído mientras fumaba para encontrar la concentración necesaria antes de iniciar su rutina.

La botella quedó vacía. Ella consumió su cigarro, desapareciendo tras las tenues cortinas que ocultaban el resto de su apartamento. El sonido del tráfico comenzaba a adueñarse de las primeras horas de luz, el rugido de la urbe que volvía a la vida, contra el que el debería enfrentarse para conciliar el sueño.
Siempre se le había dado bien estudiar a las personas. Durante todo el tiempo que había trabajado para la Corporación de Seguridad de la Ciudad ese había sido uno de sus puntos fuertes. Se levantó del sillón para dejarse caer en el camastro estrecho, aún vestido, sin retirar siquiera las sábanas. No le gustaba evocar aquella época, pero no eran pensamientos que pudiera escoger apartar. Iban y venían en una vorágine sin rumbo que atacaba cuando menos lo esperaba. 

A veces le asaltaban recuerdos llenos de nostalgia. Se veía recorriendo las calles más oscuras de la Ciudad, solo o con algún compañero, preguntándose tras qué esquina encontraría el próximo cadáver despiezado por el tráfico de órganos del mercado negro, o si aquella noche, al volver a su coche, habría algún demente demasiado colocado por alguna nueva droga de diseño, lo suficientemente puesto como para comprender que no era buena idea atacar a un agente de la Corporación. Echaba de menos la emoción, la sensación de anticipación, el hacer algo para lo que se sabía hecho. Los nuevos tiempos habían traído consigo nuevas formas de maldad, y por supuesto, como era habitual, la vida humana valía menos con la próxima actualización, con cada nuevo descubrimiento que la tecnomedicina podía aportar.

Otras veces, las que más, se acordaba de Mercy. Recordaba el calor de su cuerpo por las mañanas, cuando despertaba del sueño turbio de los analgésicos que había consumido para poder soportar el dolor de las magulladuras recibidas en el turno anterior. Recordaba sus lágrimas de rabia, las discusiones con la voz llena de terror en las que le suplicaba que no volviera a marcharse. Al principio había sentido lástima de ella, de la fe que depositaba en su capacidad para hacerle abandonar algo que realmente amaba. Le enternecía su ingenuidad, su fuerza de carácter, su pasión por defender sus argumentos, su miedo a la soledad. Luego comenzaron a vivir juntos. Para ella, cada noche que él pasaba en la Corporación se convertía en incertidumbre, en miedo a la llamada final. Era su pequeño infierno personal. El desgaste, la brecha entre ambos, se había convertido en algo tangible. Ese fue el momento en el que él comenzó a sentir miedo.

No era nada fácil dejar la Corporación de Seguridad. Uno no se iba simplemente, no presentaba su dimisión en la mesa del jefe y recogía sus cosas de la taquilla en una caja de cartón. Le obligaron a quitarse los implantes oculares, limaron las huellas de identificación que le daban acceso a los archivos y anularon los permisos de deambulación y residencia de la parte Medial de la Ciudad. Él mismo se encargó después de que le hicieran un escáner para extraerle el chip de rastreo y los empastes. Eran muchos los que decían que nunca se dejaba de pertenecer del todo a la Corporación. Probablemente fuera cierto.

Se mudaron a un piso pequeño encima de una tienda de ultramarinos, en la zona Distal. Él comenzó a trabajar en la Fábrica, en la cadena de montaje de vehículos automatizados de exploración para las Colonias. En cada turno revisaba aproximadamente trescientas cuarenta puertas del ala izquierda del modelo Antípoda III. Mercy pasaba algún tiempo en casa, y a ratos ayudaba en una Academia que la beneficencia había organizado para los críos de los distritos Distales y Externos de la ciudad. Hubo meses de calma y rutina, pero aquella brecha se hizo cada vez más grande, en parte por la infelicidad que le generaba el trabajo tedioso e insustancial de la Fábrica, y en parte porque la certeza de la presencia del otro había destruido el carrusel de emociones sobre el que inicialmente se había construido su relación.

Una mañana, cuando se levantó, Mercy se había marchado. No quedaba nada suyo en el piso sobre la tienda de ultramarinos, y aun así no fue capaz de permanecer ni un instante junto al fantasma de su presencia. De nuevo se mudó, alejándose cada vez más del corazón de la Ciudad, a aquella habitación apestosa en la circunscripción de la Fábrica.

Empezaron días oscuros, sin horas, marcados por el ritmo de la cadena de montaje. Se despertaba con el pitido de la alarma programada automáticamente en su precario sistema doméstico de inteligencia, y se dejaba caer al acabar el día en un sueño construido por el alcohol, o por algún somnífero amnésico si el ajustado salario que percibía se lo permitía.

Muchas veces soñó, deseó morir. No sabía si habían sido semanas, meses o años el tiempo que había estado fabricando su propia mortaja de horas vacías y duermevela intranquilo. Podría haber intentado volver a la Corporación, pero no era tan fácil. Lo habrían enviado a los Exteriores, o peor aún, a las Colonias, y la muerte era mucho más deseable que cualquiera de esos dos lugares. La radiación, las guerras de clanes, los híbridos de experimentos fallidos de una incipiente ingeniería genética, las enfermedades diseñadas como armas de viejas guerras. Todas aquellas opciones podían torturar a un hombre de formas más terribles que el miedo a la propia muerte, y desde luego de formas mucho más espectaculares.

No, solo le quedaba aquella vida vacía, llena de engranajes oxidados, de procesos automáticos de fabricación que revisar incontables veces, de cerveza aguada comprada con monedas rebuscadas en los bolsillos de su chaqueta de trabajo, de bandejas de comida sintética, fría e insípida. Hasta aquel día. Aquel día en el que ya resignado, vencido, había visto por primera vez su rostro a través de la ventana. Y durante un segundo, a la vez fugaz e infinito, el mundo había vuelto a brillar a través de sus ojos castaños.

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