martes, 19 de noviembre de 2019

RETO DE ESCRITURA: ERA NADIE. PARTE 3


PARTE III


Por más que se había fijado, nunca había más movimiento que el de ella en el apartamento de enfrente. Se marchaba cada mañana, volvía casi por la noche. Los días se habían vuelto más calurosos, y había empezado a dejar la cortina entreabierta, con la ingenua esperanza de que algo de brisa se colase en el pequeño habitáculo. Esto le permitió vislumbrar una porción de su mundo, sencillo y aséptico.

Las paredes grises, sin más adornos que una estantería metálica de estilo industrial, en la que descansaban viejos volúmenes de papel, de esos que ya no se veían, cuyos títulos no alcanzaba a leer desde su escondite. La mesa de cristal, con una única silla, sobre la que descansaba un cenicero que amenazaba con desbordarse. Veía su sombra moverse de lado a lado, vistiéndose cada mañana para marcharse, y aun así no había conseguido añadir ningún detalle nuevo a lo que ya sabía. Su ropa era demasiado genérica, corriente, sin adornos ni pistas sobre si era coqueta o desaliñada, sobre si le gustaba recrearse en el espejo o si apenas se fijaba en las prendas que escogía.

Su rutina era vulgar, metódica. Bebía agua y se vestía. Preparaba café, encendía el cigarro en la ventana, esperaba. Apagaba la colilla, fregaba la taza, cogía el abrigo y las llaves de la estantería. Se marchaba.

Pasó casi dos semanas observando a través de la cortina entreabierta antes de plantearse que tal vez dentro de aquella simplicidad solo había mentiras. Cada gesto, cada movimiento, podían no ser más que un ritual ensayado para fingir normalidad, para que él la observase. Recordaba casos así, casos que había resuelto el hombre que era antes.

Eran células, a veces grupos casi sectarios. Estaban contra la Fábrica, contra algún laboratorio, contra algún dirigente o investigador de las Colonias. Luchaban por los derechos de animales pseudoextintos, se manifestaban contra enfermedades fabricadas, o contra la cúpula de contaminación que rodeaba la Ciudad. Lo mismo daba. Vivían por su causa, para la causa, solían morir por ella y otras tantas veces matar. Y aquella historia no le disgustó del todo, porque tenía retazos de todos los retratos que había fabricado de ella.

La bailarina, con una fuerte disciplina física, pero no para el baile sino para el combate. La naturalista, con un cuerpo sin implantes para rechazar el progreso. La científica, perfectamente informada sobre su causa, con instrucciones claras y un plan de acción diseñado con esmero que debía seguir. La prostituta, que escapaba del peso del amor exigente de su misión con aquel cigarro cuyo humo ascendía como una súplica. Era todas, y a la vez ninguna. Era un borrón perdido entre la sociedad, paciente, sutil, agazapada entre sombras mientras esperaba su momento. Era Nadie.

En principio no haría nada al respecto. Cualquier  indicio de sospecha que llegara a oídos de la Corporación de Seguridad de la Ciudad sería suficiente para que desapareciese en un habitáculo oscuro y estrecho, en el que ni siquiera tendría espacio para sentarse. Él conocía bien aquellos habitáculos, y también sabía de buena mano el destino que aguardaba a chicas como aquella. Recordó, por un instante, el sueño borroso en el que la salvaba. Y no era eso, nada más que un sueño. Porque él ya no era ese hombre.

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