lunes, 18 de noviembre de 2019

RETO DE ESCRITURA: ERA NADIE. PARTE 2


 PARTE II

Los martes, el turno de noche de la Fábrica acababa antes. Si no paraba en ningún sitio de vuelta a su pequeña habitación, llegaba con tiempo de ver su silueta recortada a contraluz tras las cortinas. Había decidido que era alta, seguro, lo suficiente para verla destacar entre la multitud. 


De nuevo el ritual, abría el botellín y se sentaba, esperando el en momento en el que ella se asomaba a la ventana. Encendía el cigarrillo con un mechero eléctrico, negro y diminuto, y se recostaba sobre el alféizar. A veces intentaba ver el cielo, tal vez la timidez de las últimas estrellas, pero la cúpula de edificios interminables alcanzaba mucho más lejos de lo que sus ojos podían abarcar. Entonces bajaba la vista hacia el patio interior, hastiada, mientras la ceniza de su cigarro consumido iba cayendo sobre la muchedumbre.

Aquella mañana su mirada era seria, quizás melancólica. No, no era una bailarina. Era cierto que sus rasgos marcados, su rostro afilado y de pómulos altos, sugerían que probablemente viniese del viejo continente, pero su rostro era demasiado adusto como para que le preocupase la frivolidad del espectáculo.


Era joven, sí, aunque tenía algunas líneas de expresión alrededor de los párpados. Arrugas de preocupación, se dijo, mientras daba otro trago, y también unas tenues ojeras. Estaba claramente inquieta. Lo veía en la forma ansiosa en la que apuraba cada calada. Seguramente habría equivocado su primer retrato. Esa chica trabajaría para alguno de los laboratorios de la parte Externa. Inteligente, disciplinada, cada mañana hacía un poco de ejercicio para despejarse y ayudar a que ideas brillantes fluyesen desde su mente perfecta en otros nuevos descubrimientos. No era vanidosa, eso la haría perder tiempo. Por eso su imagen sencilla, su cabello largo, obsoleto, fácil de apartar de la cara y recogerlo para trabajar. 


Ella apagó la colilla, arrojándola hacia el vacío. Se ducharía, se vestiría con su sencilla camiseta sin mangas y tal vez algún abrigo, simple pero elegante, para perderse entre los cientos de almas que caminaban con el pulso de la Ciudad. Y él se quedaría allí, esperando hasta oír la alarma para marcharse a la Fábrica, esperando tal vez cruzársela cuando ambos volviesen. Pero eso era algo que nunca pasaba.


En ocasiones deseaba que ella fuera algo completamente diferente. A veces la imaginaba imperfecta, con una vida gris como la suya, encerrada entre las paredes agrietadas de un apartamento destartalado. Algunos días, casi siempre por las noches, cuando tenía el turno libre, la imaginaba entre las sábanas sudorosas de un catre como el que había en su habitación. 


Tal vez esa explicación era la más sencilla. Alguien que había tocado fondo. Probablemente enganchada a alguna de las múltiples sustancias de diseño que corrían por los barrios bajos de los Bordes Exteriores. Y entonces, impregnada por el amor de hombres pasajeros, encendía su cigarro en la ventana para dejar escapar su mente de aquella cárcel de carne y pecados.


Se avergonzaba de desearla así, aunque en el fondo de su corazón sabía que aquél escenario era el único en el que había cabida para él. Irrumpir en su vida, tan rota como la propia, para salvarla. Llevarla lejos de drogas, proxenetas, violencia y nichos en los suburbios donde nadie se percataría de su muerte más allá de los carroñeros traficantes de órganos y tejidos. Tal vez viajar a las Colonias, quizás ver en sus ojos pardos el reflejo real de miles de estrellas. Y se engañaba. Porque era él quien necesitaba ser salvado.


Entonces bebía, bebía hasta dormir, preguntándose si su cuerpo sería cálido también, si olería a sudor dulce mezclado con el aroma del tabaco. Si ella podría dormir por las noches.

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